Jerius Smith es un estudiante de ciencias de la computación que principalmente toma clases de matemáticas y ciencias. El asistía a clases en el Georgia Institute of Technology cuando llegó la pandemia del COVID-19 en la primavera del 2020 y todos tuvieron que quedarse en casa, así que él pensó que la transición al aprendizaje remoto no sería particularmente difícil.
A pesar de que existe la idea de que las ciencias de la computación se prestan al aprendizaje en línea y no fue necesario que Smith empacara todo un dormitorio, la pandemia del COVID-19 tuvo un fuerte impacto al final de su segundo año de estudios.
Al principio, Smith, su madre y su hermana establecieron una rutina. La televisión permanecía apagada hasta después del mediodía y todos pasaban las mañanas realizando sus actividades, incluyendo clases y reuniones en línea. El utilizaba la mesa de la cocina para trabajar.
Sin embargo, varias semanas después el papá de Smith también comenzó a trabajar desde su casa. “Fue entonces que las cosas se pusieron un poco complicadas”, menciona Smith. “Los dos trabajábamos en la mesa de la cocina, por lo que tuve que acomodarme y adaptarme”.
La familia de Smith aprovechó al máximo su nueva situación de trabajo y aprendizaje a distancia. Pero si la cuarentena en casa era un reto para la productividad, el estar separado de los compañeros de clase y los profesores resultó aún más difícil.
Coordinando los proyectos de grupo a distancia
La cuarentena tuvo el mayor impacto en un proyecto de grupo de dos semestres de la clase de diseño de Smith. El y sus compañeros de clase estaban diseñando una aplicación de software para un cliente de Nueva York. Ellos se mantenían en contacto con el cliente de manera remota, pero Smith y sus compañeros habían estado colaborando de forma presencial hasta entonces. Cuando el campus cerró sus puertas, ya se había impartido una buena parte del curso y Smith y su grupo estaban terminando los últimos detalles de su proyecto.
“Al hacer la transición del campus universitario a un entorno en línea para los proyectos de grupo, las personas regresaron a sus ciudades de origen en todo el país”, relata Smith. “El hecho de estar en casa afectó considerablemente los horarios de muchas personas”.
Fue todo un reto coordinar las reuniones y las sesiones de trabajo del grupo. La dinámica del trabajo en grupo cambió, ya que no podían reunirse en persona. Al final, el equipo de Smith logró coordinar los horarios de las reuniones y sesiones de trabajo para entregar su proyecto a tiempo.
Falta de conversaciones críticas
El hecho de no reunirse en persona cambió la experiencia educativa, incluso en las clases estándar basadas en ponencias. Los estudiantes normalmente pueden hacer preguntas durante las ponencias, lo que beneficia a otros estudiantes y al profesor, quien puede darse cuenta de que a los estudiantes les falta comprender un concepto importante.
Pero en una videoconferencia con otras 300 personas, esas preguntas no se formulan de manera orgánica. “Creo que las personas no tienen la confianza de hacer preguntas en un entorno en línea tan grande”, opina Smith.
Uno de sus profesores decidió grabar las clases para que los estudiantes pudieran verlas por anticipado y luego utilizó el tiempo de cada clase para comentar el material y responder a las dudas de los estudiantes. En otras clases, los profesores recabaron preguntas utilizando la herramienta de conversación del software de videoconferencias y luego las respondieron por grupos.
En ambos casos, Smith consideró que los estudiantes perdieron la capacidad de dar forma a las clases y a los comentarios con sus preguntas.
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Experimentando con el formato
Los profesores de Smith intentaron distintos métodos de enseñanza remota durante la crisis del COVID-19.
Por ejemplo, los profesores de matemáticas estaban acostumbrados a anotar las fórmulas en un pizarrón, pero ahora tuvieron dificultades para hacer lo mismo en línea. En un caso, el profesor apuntó una cámara hacia un cuaderno en el cual escribió las fórmulas.
El método pudo haber funcionado, relata Smith, “pero la calidad no era muy buena. En un futuro, espero que las universidades puedan asignar recursos como un iPad a los profesores que enseñan de esa manera”.
Muchas de las clases de Smith dependían de los asistentes de enseñanza, quienes ayudaron a facilitar la transición hacia el aprendizaje remoto. En una clase, un asistente organizó un espacio de trabajo y colaboración en Microsoft Teams, a través del cual los estudiantes podían hacer preguntas. Otros asistentes programaron horas de oficina utilizando un software de videoconferencia para que los estudiantes pudieran aclarar sus dudas.
“Tuve suerte con el tipo de clases que estaba tomando”, menciona Smith. “Fue muy útil tener acceso a los asistentes de enseñanza”.
Ausencia del aspecto social
En cierto modo, a Smith le preocupa que las futuras experiencias en línea no serán tan exitosas porque carecerán lo que tuvo la primavera del 2020 — un periodo inicial de dos meses durante los cuales los estudiantes tuvieron la oportunidad de formar vínculos en persona con sus profesores, asistentes de enseñanza y compañeros de clase. Los grupos de estudio y las amistades que se formaron en enero y febrero permitieron que la transición de emergencia al aprendizaje a distancia tuviera éxito en marzo.
“Comenzar en línea desde el principio será diferente”, dice Smith. Aunque el diseño de los cursos pudiera mejorar si hay más tiempo para prepararse, él considera que será más difícil formar esos vínculos de manera virtual.
“Ya sea que yo me encuentre en una clase, estudiando en el campus o trasladándome de un lugar a otro, todo tiene algún tipo de aspecto social”, relata Smith. “Podemos conocer a alguien nuevo o establecer una relación de amistad a largo plazo. No creo que esto realmente pueda ocurrir en línea”.
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